Hoy Se cumple una semana de que el Papa Francisco haya visitado mi país ,
y particularmente continuo muy emocionada y sintiendome si cabe el termino
privilegiada, por haber podido estar presente en la Eucaristía en Ñu Guasu valió la pena la travesía que viví para llegar
hasta ese momento, Mi Mamá y yo conseguimos una invitación destinada a
personas con discapacidad, debido al problema
que sufro en la columna , afortunadamente dicha condición no me impide cantar
si bien tengo que tener algunos cuidados , no me impide para nada , y esta vez hasta fue de ayuda , por definitivamente no
iba a vivir la Visita de Francisco como la vivir sin ese pase, como teníamos destinado un
sector teníamos que estar en el Club oficial de policía una noche ante, para
ser trasladados al Ñu Guasu, y así lo hicimos
para las 6 de la tarde del sábado ya estamos alistándonos para ir al club,
llegamos allí alrededor de las diez de la noche, y comenzamos a vivir una
hermosa experiencia hicimos vigilia esperando Al santo Padre, primero comenzamos
a orar la coronilla al Jesús Misericordioso , luego participamos de una eucaristía,
para luego ser trasladados al Ñu Guasu y continuar nuestra vigilia con canticos
y en oración , y así preparar nuestro espíritu para gozar del mensaje que íbamos a recibir en la Eucaristía presidida por el sumo pontífice
,es increíble la paz, y Energía que
trasmite todavía recuerdo cada una de
sus palabras como si lo estuviera escuchando en este momento
A continuacion les conparto fielmente la
homilía
«El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto», así dice
el Salmo (84,13). Esto estamos invitados a celebrar, esa misteriosa comunión
entre Dios y su Pueblo, entre Dios y nosotros. La lluvia es signo de su
presencia en la tierra trabajada por nuestras manos. Una comunión que siempre
da fruto, que siempre da vida. Esta confianza brota de la fe, saber que
contamos con su gracia, que siempre transformará y regará nuestra tierra.
Una confianza que se aprende, que se educa. Una confianza que se va
gestando en el seno de una comunidad, en la vida de una familia. Una confianza
que se vuelve testimonio en los rostros de tantos que nos estimulan a seguir a
Jesús, a ser discípulos de Aquel que no decepciona jamás. El discípulo se
siente invitado a confiar, se siente invitado por Jesús a ser amigo, a
compartir su suerte, a compartir su vida. «A ustedes no los llamo siervos, los
llamo amigos porque les di a conocer todo lo que sabía de mi Padre» (Jn 15,15).
Los discípulos son aquellos que aprenden a vivir en la confianza de la amistad.
El Evangelio nos habla de este discipulado. Nos presenta la cédula de
identidad del cristiano. Su carta de presentación, su credencial.
Jesús llama a sus discípulos y los envía dándoles reglas claras,
precisas. Los desafía con una serie de actitudes, comportamientos que deben
tener. Y no son pocas las veces que nos pueden parecer exageradas o absurdas;
actitudes que sería más fácil leerlas simbólicamente o «espiritualmente». Pero
Jesús es bien claro. No les dice: «Hagan como que» o «hagan lo que puedan».
Recordemos juntos esas recomendaciones: «No lleven para el camino más
que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero... permanezcan en la casa donde
les den alojamiento» (cf. Mc 6,8-11). Parecería algo imposible.
Podríamos concentrarnos en las palabras: «pan», «dinero», «alforja»,
«bastón», «sandalias», «túnica». Es lícito. Pero me parece que hay una palabra
clave, que podría pasar desapercibida frente a la contundencia de las que acabo
de enumerar. Una palabra central en la espiritualidad cristiana, en la
experiencia del discipulado: hospitalidad. Jesús como buen maestro, pedagogo,
los envía a vivir la hospitalidad. Les dice: «Permanezcan donde les den
alojamiento». Los envía a aprender una de las características fundamentales de
la comunidad creyente. Podríamos decir que cristiano es aquel que aprendió a
hospedar, que aprendió a alojar.
Jesús, no los envía como poderosos, como dueños, jefes, cargados de
leyes, normas; por el contrario, les muestra que el camino del cristiano es
simplemente transformar el corazón. El suyo y
ayudar a transformar el de los demás. Aprender a vivir de otra manera,
con otra ley, bajo otra norma. Es pasar de la lógica del egoísmo, de la
clausura, de la lucha, de la división, de la superioridad, a la lógica de la
vida, de la gratuidad, del amor. De la lógica del dominio, del aplastar,
manipular, a la lógica del acoger, recibir y cuidar.
Son dos las lógicas que están en juego, dos maneras de afrontar la vida
y de afrontar la misión.
Cuántas veces pensamos la misión en base a proyectos o programas.
Cuántas veces imaginamos la evangelización en torno a miles de estrategias,
tácticas, maniobras, artimañas, buscando que las personas se conviertan en base
a nuestros argumentos. Hoy el Señor nos los dice muy claramente: en la lógica
del Evangelio no se convence con los argumentos, con las estrategias, con las
tácticas, sino simplemente aprendiendo a alojar, a hospedar.
La Iglesia es madre de corazón abierto que sabe acoger, recibir, especialmente
a quien tiene necesidad de mayor cuidado, que está en mayor dificultad. La
Iglesia, como la quería Jesús, es la casa de la hospitalidad. Y cuánto bien
podemos hacer si nos animamos a aprender el lenguaje de la hospitalidad, del
acoger. Cuántas heridas, cuánta desesperanza se puede curar en un hogar donde
uno se pueda sentir recibido. Para eso hay que tener las puertas abiertas sobre
todo las puertas del corazón.
Hospitalidad con el hambriento, con el sediento, con el forastero, con
el desnudo, con el enfermo, con el preso (cf. Mt 25,34-37) con el leproso, con
el paralítico. Hospitalidad con el que no piensa como nosotros, con el que no
tiene fe o la ha perdido y a veces por culpa nuestra. Hospitalidad con el
perseguido, con el desempleado. Hospitalidad con las culturas diferentes, de
las cuales esta tierra paraguaya es tan rica. Hospitalidad con el pecador
porque cada uno de nosotros también lo es.
Tantas veces nos olvidamos que hay un mal que precede a nuestros
pecados. Hay una raíz que causa tanto pero tanto daño y que destruye
silenciosamente tantas vidas. Hay un mal, que poco a poco, va haciendo nido en
nuestro corazón y «comiendo» nuestra vitalidad: la soledad. Soledad que puede
tener muchas causas, muchos motivos. Cuánto destruye la vida y cuánto mal nos
hace. Nos va apartando de los demás, de Dios, de la comunidad. Nos va
encerrando en nosotros mismos.
De ahí que lo propio de la Iglesia de esta madre, no sea principalmente gestionar cosas, proyectos,
sino aprender a vivir la fraternidad con los demás. Es la fraternidad acogedora
el mejor testimonio que Dios es Padre, porque «de esto sabrán todos que ustedes
son mis discípulos, si se aman los unos a los otros» (Jn 13,35). De esta manera
Jesús, nos abre a una nueva lógica. Un horizonte lleno de vida, de belleza, de
verdad, de plenitud.
Dios nunca cierra horizontes, Dios nunca es pasivo a la vida, nunca es
pasivo al sufrimiento de sus hijos. Dios nunca se deja ganar en generosidad.
Por eso nos envía a su Hijo, lo dona, lo entrega, lo comparte; para que
aprendamos el camino de la fraternidad, el camino del don. Es definitivamente
un nuevo horizonte, es una nueva Palabra para tantas situaciones de exclusión,
disgregación, encierro, aislamiento. Es una Palabra que rompe el silencio de la
soledad.
Y cuando estemos cansados o se nos haga pesada la tarea de evangelizar
es bueno recordar que la vida que Jesús nos propone, responde a necesidades más
hondas de las personas, porque todos hemos sido creados para la amistad con
Jesús y para el amor fraterno (cf. Evangelii Gaudium 265).
Hay algo que es cierto, no podemos obligar a nadie a recibirnos, a
hospedarnos; es cierto y es parte de nuestra pobreza y de nuestra libertad.
Pero también es cierto que nadie puede obligarnos a no ser acogedores,
hospederos de la vida de nuestro Pueblo. Nadie puede pedirnos que no recibamos
y abracemos la vida de nuestros hermanos especialmente la vida de los que han
perdido la esperanza y el gusto por vivir. Qué lindo es imaginarnos nuestras
parroquias, comunidades, capillas, donde están los cristianos, no con las
puertas cerradas sino como verdaderos centros de encuentro entre nosotros y con
Dios.
La Iglesia es madre, como María. En ella tenemos un modelo. Alojar, como
María, que no dominó ni se adueñó de la Palabra de Dios sino que, por el
contrario, la hospedó, la gestó, y la entregó.
Alojar como la tierra que no domina la semilla, sino que la recibe, la
nutre y la germina.
Así queremos ser los cristianos, así queremos vivir la fe en este suelo
paraguayo, como María, alojando la vida de Dios en nuestros hermanos con la
confianza, con la certeza que: «El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra
dará su fruto». Que así sea.
A mí solo me
resta decir…..¡¡ Gracias Papa Francisco
por Bendecir mi País!!...
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